miércoles, 1 de febrero de 2012

¡Qué gran verdad!

El Mesías es uno de nosotros


Érase una vez, en la Europa de los tiem­pos oscuros y difíciles, un abad de un monasterio que era muy amigo del rabino de una sinagoga local. Unas veces el rabino acudía a desahogarse con el abad, el cual le infundía ánimos; otras veces, por el contra­rio, era el abad quien visitaba a su amigo el rabino para exponerle sus dificultades, y éste le confortaba.

El abad veía cómo su comunidad se redu­cía, cómo la vida de fe de sus monjes se hacía superficial y mortecina y cómo el monasterio agonizaba. Acudió entonces a su amigo deshecho en lágrimas. El rabino le consoló y le dijo:

«Hay algo que necesitas saber, hermano: en la comunidad judía sabemos hace mucho que el Mesías es uno de vosotros».

- «¡Cómo!», exclamó el abad, «¿el Mesías uno de nosotros? ¿Cómo es posible?».

Pero el rabino insistió en que así era, y el abad regresó a su monasterio asombrado, a la vez que profundamente consolado y animado.

Una vez de vuelta en el monasterio, y mientras paseaba por los amplios corredores y por el patio, se cruzó con un monje y se pre­guntó si seria él el Mesías. Más tarde, rezando en la capilla, oyó una voz, se fijó en el dueño de la misma y se preguntó si no sería este otro. Y comenzó a tratar a todos sus hermanos con respeto, con amabilidad y deferencia y hasta con unción, cosa que no tardó en resultar bas­tante evidente.

Uno de los hermanos quiso saber lo que le había sucedido, y así se lo preguntó. No sin cier­ta resistencia, el abad acabó contándole lo que el rabino le había dicho, lo cual hizo que el otro monje empezara también a mirar a sus herma­nos de manera diferente y a hacerse la misma pregunta que se hacía el abad. La noticia se difundió enseguida por el monasterio: ¡el Mesías es uno de nosotros! Pronto, todo el monasterio rebosaba de vida, de culto, de ama­bilidad y de fervor. La vida de oración era rica, intensa y ferviente, y los salmos, la liturgia y los oficios eran vivos y vibrantes. Al poco tiempo, los habitantes de las aldeas vecinas empezaron a acudir a los servicios religiosos, dando muestras de gran interés y devoción, y hubo muchos que decidieron unirse a la comunidad.

Después del noviciado, cuando hacían sus votos, se les desvelaba el misterio, la verdad en la que se basaba su vida, la fuente de su energía y de su vida en común: ¡El Mesías es uno de nosotros! El monasterio no dejaba de prosperar y expandirse, y todos los monjes crecían en sabiduría, en edad y en gracia ante los demás y a los ojos de Dios. Y todavía, si consigues topar con este lugar rebosante de bondad, de esperanza, de afabilidad y de vida, te dirán que el secreto es el mismo: ¡El Mesías es uno de nosotros!


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