jueves, 5 de julio de 2012

Un corazón lleno de estrellas III


Tras cumplir un día de castigo, una tarde de martes Michel salió del orfanato con unas tijeras en el bolsillo.

El invierno se resistía a partir, pero el pequeño casi había dejado de sentir el frío. Ahora tenía una misión. Por extravagante que pareciera el remedio del curandero, estaba dispuesto a cumplirlo y entregar a Herminia las nueve estrellas para que el corazón de su amiga volviera a despertar.

                Le quedaban nueve días para encontrar las nueve clases de amor. Entonces le faltaría aún una estrella, el secreto último del corazón, pero ya se ocuparía de ello en su momento. Antes le esperaba una ardua y peligrosa tarea.

                Dedicó las cuatro horas que podía salir del orfanato a recorrer las calles en busca del primer amor que se le había ocurrido: el amor a la naturaleza.

Torturado por pensamientos negativos y mientras arrancaba hierbajos al lado de la valla, vio pasar a una mujer de la cual tiraban seis perros. Los animales parecían ganar la batalla a su sufrida paseadora.

Al percatarse de la mirada de Michel, se detuvo y con voz aflautada le dijo:

                -¿Me echas una mano? Desde que ha amanecido estos “chicos” tienen demasiado brío.

                -Estaría encantado de ayudarte pero no me dejan salir de aquí, pues todavía no es la hora.

                -Bueno, entonces ayúdame a atarlos. Necesito un descanso.

Michel los ató uno a uno hasta que toda la familia canina quedó a buen recaudo.Aliviada, la dama se apoyó en los barrotes.

                -¿Por qué lleva seis perros?

                -Estaban abandonados, los pobrecitos. Los fueron trayendo a mi casa donde entreno perros para ciegos.

                -Entonces, lo hace usted por amor a los ciegos.

                -Bueno, también podría decirse que lo hago por amor a los perros. Necesitan pertenecer a alguien, como las personas.

Michel pensó que eso era interesante y que ahí podría encontrar el X tipo de amor.

                -¿y usted qué saca de todo esto?

                -Yo les enseño a conducir a un ciego, y ellos me enseñan a mi a conducirme por la vida. Los perros me han enseñado a vivir el presente, a estar alegre sin motivo y a no perder las ganas de jugar. Antes, yo era una persona que nunca mostraba mis sentimientos. Gracias a los perros de la calle ahora sé dar afecto incondicionalmente, no me separo de las personas que quiero. También sé defender lo que amo.

El discurso se interrumpió cuando la instructora se detuvo a desenredar unas correas que se habían enganchado; Michel, aprovechó para dar un tijeretazo a la blusa de la dama.

V. El secreto del amor a los animales.

“los animales nos enseñan a ser humanos”



Carta desde Indochina.

Hasta entonces, Michel sólo había encontrado retales para tejer corazones relacionados con personas o animales. Pero ¿y los árboles que nos dan oxígeno? Por no hablar del agua que nos refresca o el suelo que nos sustenta.

Tenia que buscar un ejemplo de amor a la naturaleza, y el lugar adecuado era el bosque, que los sábados era frecuentado por caminantes y excursionistas.

Michel procuró no alejarse de los senderos, ya que a fin de cuentas necesitaba un ejemplo humano de amor a la naturaleza.

La luz del día empezaba a declinar cuando divisó la figura de un hombre mayor. Pese a la edad el paseante se mantenía en buena forma y el chico tuvo que dar varias zancadas para darle alcance.

                -¿Te has perdido?- preguntó a su perseguidor con un fuerte acento alemán.

Michel supo que aquel hombre le resultaba familiar. Tal vez lo hubiera visto en el periódico o en alguna revista.

                -¿Es usted famoso?

                -Bueno, soy escritor, y he recibido algunos miles de cartas de chicos como tú que me hacen esa pregunta. Me presento. Hermann Hesse. Caminé por estos senderos en mi juventud y he tenido que esperar a que termine esta estúpida guerra para poder volver. Y tú. ¿Qué haces aquí?

Por primera vez Michel decidió explicar su propósito. A continuación, el escritor se apoyó contra un tronco y cruzó los brazos para decirle:

                -No es ninguna tontería, sobre todo porque es por amor a una chica. Pero debes saber que el amor no existe para hacernos felices, sino para mostrarnos cuánto podemos resistir. Yo mismo cortaré una estrella de mi camisa para ti, pero antes quiero que conozcas la carta que me ha mandado un joven monje de Indochina porque te hará entender lo que significa el amor a la naturaleza.

                -Léela tu mismo- dijo tendiéndole la hoja de papel.

Si eres poeta, verás con claridad que hay una nube flotando en esta hoja de papel. Sin una nube, no hay lluvia; sin lluvia, los árboles no pueden crecer, y sin árboles, no se puede hacer papel.

Si miramos aún más profundamente esta hoja de papel, podemos ver en ella el brillo del sol. Si la luz del sol no está ahí, el bosque no puede crecer. En realidad nada podría crecer. Y si seguimos mirando, podemos ver al leñador que cortó el árbol y lo llevó al molino para ser transformado en papel. Y vemos el trigo. Sabemos que el leñador no puede existir sin su pan de todos los días y, por tanto, el trigo que se convirtió en su pan también está en esta hoja de papel. Y la madre y el padre del leñador también están ahí. No hay nada que no puedas incñuir: tu, yo, el tiempo, el espacio, la lluvia, la tierra, los minerales…

Todo coexiste en esta hoja de papel; no estamos aislados. Este papel tan finito, contiene todo el universo.

VI. El secreto del amor a la naturaleza

“El universo entero está presente en esta hoja de papel”

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