martes, 3 de julio de 2012

Un corazón lleno de estrellas II


MICHEL

El orfanato municipal de Solensville ocupaba una antigua caserna militar. Bajo la estricta supervisión de Monsieur Lafitte medio centenar de niños salían cada mañana a un jardín desolado donde la helada ennegrecía los hierbajos. Separados del mundo exterior por altas vallas, aquel lugar no era tan distinto de los campos de concentración. En sus sueños, todos los niños albergaban la esperanza de encontrar una familia de adopción. Todos excepto Michel. Nadie entendía cómo podía ser tan feliz. A diferencia de los demás niños, que andaban todo el día cabizbajos o buscando una pelea sin motivo. Aunque no era el más fuerte, ejercía una extraña autoridad sobre sus compañeros. No sólo se libraba de los tortazos que se repartían a diario entre las diferentes bandas, sino que a menudo unos y otros recurrían a él para resolver entuertos.  Con sentido común y unas cuantas bromas lograba casi siempre que los contendientes se dieran la mano y la cosa no fuera a mayores. Muchos se preguntaban de dónde sacaba Michel aquella alegría de vivir que contagiaba a su alrededor.

La máxima aspiración era ser contratados como aprendices de cualquier oficio a cambio de un plato caliente y un techo. Tal vez era eso lo que hacía que los niños y niñas del orfanato fueran tan apáticos y malhumorados. Todos, menos Michel, y sólo él sabía por qué. Él tenía algo de lo que los demás carecían. Un auténtico tesoro. Estaba enamorado de una niña del centro aunque ella ni siquiera lo sospechaba. Se llamaba Eri, un nombre que en japonés significa “luz de luna”.

Amigos inseparables se los veía juntos desde que habían empezado a caminar, lo que al principio les había valido muchas bromas pesadas. Con el paso de los años, sin embargo, los internos se habían acostumbrado tanto a aquella pareja que sólo se sorprendían cuando aparecían por separado. Cada noche, antes de acostarse, quedaban en el tejado para reconocer las estrellas y las constelaciones. Luego se despedían con una sonrisa hasta la mañana siguiente.

Pero la noche más fría de aquel invierno iba a ser distinta de todas, pues Eri se durmió para no despertar.

LUZ DE LUNA

Todas sus compañeras estaban ya vestidas y aseadas, pero Eri no despertaba. Para evitarle el castigo, una de ellas empezó a zarandearla, pero la niña parecía haber caído en un extraño y profundo sueño. Asustadas dieron aviso a la monja enfermera que tampoco logró reanimarla.

Michel vio con el corazón en un puño cómo se llevaban a Eri en camilla. Cuando la vieja ambulancia cerró el portón trasero, salió corriendo tras ella con lágrimas en los ojos. No paró de correr hasta llegar al lúgubre hospital de la ciudad.

Además de sus compañeros de orfanato, aquella niña era la única familia que tenía en el mundo, así que Michel sintió que las piernas le temblaban mientras subía las escaleras. Cuando llegó a la segunda planta, una apática enfermera le señaló el final del pasillo dónde dos médicos hablaban entre susurros con expresión grave.

Michel corrió hacia ellos temiendo lo peor. Uno de los médicos le bloqueó la puerta cuando ya estaba a punto de colarse dentro.

-No se admiten visitas-dijo con voz grave.

-Necesito saber cómo está Eri-imploró Michel

-Está viva.

El segundo médico se apartó para que su compañero pudiera hablar a solas con la única persona que se había interesado por la joven paciente. Michel se tranquilizó un poco al ver que su amiga reposaba en la cama con la cabeza hundida en el almohadón. Sin embargo, su expresión no era de plácido sueño. La vida parecía haber huido de aquel cuerpo frágil y delicado. Varios cables la conectaban a una máquina que palpitaba con un lento zumbido.

-¿qué le pasa? ¿Cuándo se pondrá bien?-preguntó muy preocupado

-No lo sabemos.

-Cuando se despierte, le pueden preguntar qué le hace daño para poder curarle…

-Ese es el problema, que no sabemos si va a despertar. Tenemos pocas esperanzas. Tu amiga ha entrado en coma por causas desconocidas, mi compañero opina que puede deberse a una enfermedad del corazón no detectada hasta ahora.



HERMINIA

Michel deambuló perdido por las calles nevadas sin importarle que en el orfanato ya se hubiera dado la voz de alarma ante su ausencia.

Revolvió libros de medicina en la biblioteca, preguntó por remedios al boticario y también a un curandero. Abordó incluso a un grupo de enfermeras que se dirigían a un centro de rehabilitación de heridos de guerra. Nadie sabía decirle qué hacer. Cuando oían la palabra “coma”, los rostros de compasión parecían decirle que Eri dormiría para siempre hasta que su corazón enfermo dejara de latir.

Al borde del agotamiento, Michel se refugió bajo un oscuro portal. Se sentía tan triste que no se dio cuenta que casi pisa a una anciana humilde que tiritaba envuelta en una manta.

-Por el amor de Dios, ¿me puedes conseguir un mendrugo de pan?- le imploró la mujer con voz quebrada.

El niño miró hacia ella y bajo la manta húmeda y manchada, adivinó un saco de huesos bastante enfermo. Conpungido, buscó en su bolsillo su única moneda y se la entregó a la mendiga.

La mujer se emocionó al ver la moneda, cuando se iba a marchar le dijo:

-Con esto tengo para comer una semana. ¿Puedo ayudarte en algo? Pareces triste.

Y lo estoy. Éste es el día más triste del mundo. Usted no puede ayudarme, buena señora.

-¿Cómo puedes estar tan seguro? Ni siquieras sabes quien soy. Empezaré por mi nombre: me llamo Herminia.

Michel se acurrucó junto a ella y le explicó con todo lujo de detalles lo que había sucedido esa mañana desde que su amiga no había logrado despertar.

Herminia escuchó atenta y al acabar le dijo:

-El matasanos ese tiene razón sólo en parte. Tu amiga Eri tiene el corazón enfermo, pero no es una enfermedad que se pueda curar en un hospital.

-Ya me han dicho que no hay mucha esperanza-confirmó Michel con resignación.

-¿Quién es el bobo que ha dicho eso? ¡Mientras  esperas algo de la vida siempre ha esperanza!  Sólo he dicho que su corazón no necesita las curas de un hospital, sino otra cosa. Nueve cosas para ser más precisos. Eri tiene el corazón enfermo por la falta de amorque ha sufrido desde que fue abandonada en el orfanato.

-¿Y qué puedo hacer para ayudarla?

-Para curar a tu amiga existe un remedio que me reveló un curandero que hacía milagros en el pueblo donde crecí, en un lugar muy lejos de aquí. No es fácil…

- No me importa, estoy dispuesto a lo que sea para encontrar ese remedio. Pero usted ha hablado de nueve cosas…

-Exacto, porque para curar la falta de amor hay que tejer un corazón lleno de estrellas.

El niño miró a la anciana sin entender nada. Ésta sonrió antes de explicar:

-Es un remedio que no falla. Debes encontrar en Selonsville nueve personas que sean un ejemplo de nueve clases diferentes de amor. Para ello tienes diez días. Pero ahora viene lo más difícil: recortarás una estrella de la ropa de cada una de ellas sin que se den cuenta. Cuando tengas los nueve retales, me los traes y yo te tejeré con ellos un corazón lleno de estrellas para que se lo lleves a Eri.

-¿Y con eso se curará?

-Bueno… Lo cierto es que cuando tengas ese corazón aún faltará algo…Una estrella secreta, la número diez, que es la que permite que las otras nueve tengan poder.

-¿Y dónde encontraré esa estrella?

-Cuando hayas aprendido las claves del corazón, tendrás que descubrir por ti mismo cuál es el secreto último del amor que todo lo cura.




Aquí nos hemos detenido por hoy. ¿Cuales serán esos amores? ¿Cuál es para cada uno de nosotros el más importante de los amores? ¿Cuál es el amor que hemos convertido en motor de nuestra vida?

Pero lo que es más importante de todo, ¿nos hemos dado cuenta que Dios, en su AMOR sin medida, está presente siempre en todos y cada uno de esos amores? Quizá es el momento de cambiar, de sentirlo presente, de hacer que en todos los actos de nuestra vida, esté presente un poquito de ese AMOR que nos regala...

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