MICHEL
El orfanato municipal de Solensville ocupaba una antigua
caserna militar. Bajo la estricta supervisión de Monsieur Lafitte medio
centenar de niños salían cada mañana a un jardín desolado donde la helada
ennegrecía los hierbajos. Separados del mundo exterior por altas vallas, aquel
lugar no era tan distinto de los campos de concentración. En sus sueños, todos
los niños albergaban la esperanza de encontrar una familia de adopción. Todos
excepto Michel. Nadie entendía cómo podía ser tan feliz. A diferencia de los
demás niños, que andaban todo el día cabizbajos o buscando una pelea sin
motivo. Aunque no era el más fuerte, ejercía una extraña autoridad sobre sus
compañeros. No sólo se libraba de los tortazos que se repartían a diario entre
las diferentes bandas, sino que a menudo unos y otros recurrían a él para
resolver entuertos. Con sentido común y
unas cuantas bromas lograba casi siempre que los contendientes se dieran la
mano y la cosa no fuera a mayores. Muchos se preguntaban de dónde sacaba Michel
aquella alegría de vivir que contagiaba a su alrededor.
La máxima aspiración era ser contratados como aprendices de
cualquier oficio a cambio de un plato caliente y un techo. Tal vez era eso lo
que hacía que los niños y niñas del orfanato fueran tan apáticos y
malhumorados. Todos, menos Michel, y sólo él sabía por qué. Él tenía algo de lo
que los demás carecían. Un auténtico tesoro. Estaba enamorado de una niña del
centro aunque ella ni siquiera lo sospechaba. Se llamaba Eri, un nombre que en
japonés significa “luz de luna”.
Amigos inseparables se los veía juntos desde que habían
empezado a caminar, lo que al principio les había valido muchas bromas pesadas.
Con el paso de los años, sin embargo, los internos se habían acostumbrado tanto
a aquella pareja que sólo se sorprendían cuando aparecían por separado. Cada
noche, antes de acostarse, quedaban en el tejado para reconocer las estrellas y
las constelaciones. Luego se despedían con una sonrisa hasta la mañana
siguiente.
Pero la noche más fría de aquel invierno iba a ser distinta
de todas, pues Eri se durmió para no despertar.
LUZ DE LUNA
Todas sus compañeras estaban ya vestidas y aseadas, pero Eri
no despertaba. Para evitarle el castigo, una de ellas empezó a zarandearla, pero
la niña parecía haber caído en un extraño y profundo sueño. Asustadas dieron
aviso a la monja enfermera que tampoco logró reanimarla.
Michel vio con el corazón en un puño cómo se llevaban a Eri
en camilla. Cuando la vieja ambulancia cerró el portón trasero, salió corriendo
tras ella con lágrimas en los ojos. No paró de correr hasta llegar al lúgubre
hospital de la ciudad.
Además de sus compañeros de orfanato, aquella niña era la
única familia que tenía en el mundo, así que Michel sintió que las piernas le
temblaban mientras subía las escaleras. Cuando llegó a la segunda planta, una
apática enfermera le señaló el final del pasillo dónde dos médicos hablaban
entre susurros con expresión grave.
Michel corrió hacia ellos temiendo lo peor. Uno de los
médicos le bloqueó la puerta cuando ya estaba a punto de colarse dentro.
-No se admiten visitas-dijo con voz grave.
-Necesito saber cómo está Eri-imploró Michel
-Está viva.
El segundo médico se apartó para que su compañero pudiera
hablar a solas con la única persona que se había interesado por la joven
paciente. Michel se tranquilizó un poco al ver que su amiga reposaba en la cama
con la cabeza hundida en el almohadón. Sin embargo, su expresión no era de
plácido sueño. La vida parecía haber huido de aquel cuerpo frágil y delicado.
Varios cables la conectaban a una máquina que palpitaba con un lento zumbido.
-¿qué le pasa? ¿Cuándo se pondrá bien?-preguntó muy
preocupado
-No lo sabemos.
-Cuando se despierte, le pueden preguntar qué le hace daño
para poder curarle…
-Ese es el problema, que no sabemos si va a despertar.
Tenemos pocas esperanzas. Tu amiga ha entrado en coma por causas desconocidas,
mi compañero opina que puede deberse a una enfermedad del corazón no detectada
hasta ahora.
HERMINIA
Michel deambuló perdido por las calles nevadas sin
importarle que en el orfanato ya se hubiera dado la voz de alarma ante su
ausencia.
Revolvió libros de medicina en la biblioteca, preguntó por
remedios al boticario y también a un curandero. Abordó incluso a un grupo de
enfermeras que se dirigían a un centro de rehabilitación de heridos de guerra.
Nadie sabía decirle qué hacer. Cuando oían la palabra “coma”, los rostros de
compasión parecían decirle que Eri dormiría para siempre hasta que su corazón
enfermo dejara de latir.
Al borde del agotamiento, Michel se refugió bajo un oscuro
portal. Se sentía tan triste que no se dio cuenta que casi pisa a una anciana
humilde que tiritaba envuelta en una manta.
-Por el amor de Dios, ¿me puedes conseguir un mendrugo de
pan?- le imploró la mujer con voz quebrada.
El niño miró hacia ella y bajo la manta húmeda y manchada,
adivinó un saco de huesos bastante enfermo. Conpungido, buscó en su bolsillo su
única moneda y se la entregó a la mendiga.
La mujer se emocionó al ver la moneda, cuando se iba a
marchar le dijo:
-Con esto tengo para comer una semana. ¿Puedo ayudarte en
algo? Pareces triste.
Y lo estoy. Éste es el día más triste del mundo. Usted no
puede ayudarme, buena señora.
-¿Cómo puedes estar tan seguro? Ni siquieras sabes quien
soy. Empezaré por mi nombre: me llamo Herminia.
Michel se acurrucó junto a ella y le explicó con todo lujo
de detalles lo que había sucedido esa mañana desde que su amiga no había
logrado despertar.
Herminia escuchó atenta y al acabar le dijo:
-El matasanos ese tiene razón sólo en parte. Tu amiga Eri
tiene el corazón enfermo, pero no es una enfermedad que se pueda curar en un
hospital.
-Ya me han dicho que no hay mucha esperanza-confirmó Michel
con resignación.
-¿Quién es el bobo que ha dicho eso? ¡Mientras esperas algo de la
vida siempre ha esperanza! Sólo he
dicho que su corazón no necesita las curas de un hospital, sino otra cosa.
Nueve cosas para ser más precisos. Eri tiene el corazón enfermo por la falta de
amorque ha sufrido desde que fue abandonada en el orfanato.
-¿Y qué puedo hacer para ayudarla?
-Para curar a tu amiga existe un remedio que me reveló un
curandero que hacía milagros en el pueblo donde crecí, en un lugar muy lejos de
aquí. No es fácil…
- No me importa, estoy dispuesto a lo que sea para encontrar
ese remedio. Pero usted ha hablado de nueve cosas…
-Exacto, porque para curar la falta de amor hay que tejer un
corazón lleno de estrellas.
El niño miró a la anciana sin entender nada. Ésta sonrió antes
de explicar:
-Es un remedio que no falla. Debes encontrar en Selonsville
nueve personas que sean un ejemplo de nueve clases diferentes de amor. Para
ello tienes diez días. Pero ahora viene lo más difícil: recortarás una estrella
de la ropa de cada una de ellas sin que se den cuenta. Cuando tengas los nueve
retales, me los traes y yo te tejeré con ellos un corazón lleno de estrellas
para que se lo lleves a Eri.
-¿Y con eso se curará?
-Bueno… Lo cierto es que cuando tengas ese corazón aún
faltará algo…Una estrella secreta, la número diez, que es la que permite que
las otras nueve tengan poder.
-¿Y dónde encontraré esa estrella?
-Cuando hayas aprendido las claves del corazón, tendrás que
descubrir por ti mismo cuál es el secreto último del amor que todo lo cura.
Aquí nos hemos detenido por hoy. ¿Cuales serán esos amores? ¿Cuál es para cada uno de nosotros el más importante de los amores? ¿Cuál es el amor que hemos convertido en motor de nuestra vida?
Pero lo que es más importante de todo, ¿nos hemos dado cuenta que Dios, en su AMOR sin medida, está presente siempre en todos y cada uno de esos amores? Quizá es el momento de cambiar, de sentirlo presente, de hacer que en todos los actos de nuestra vida, esté presente un poquito de ese AMOR que nos regala...
Aquí nos hemos detenido por hoy. ¿Cuales serán esos amores? ¿Cuál es para cada uno de nosotros el más importante de los amores? ¿Cuál es el amor que hemos convertido en motor de nuestra vida?
Pero lo que es más importante de todo, ¿nos hemos dado cuenta que Dios, en su AMOR sin medida, está presente siempre en todos y cada uno de esos amores? Quizá es el momento de cambiar, de sentirlo presente, de hacer que en todos los actos de nuestra vida, esté presente un poquito de ese AMOR que nos regala...
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