En un par de
ocasiones había visto en el cine del orfanato ese tipo de películas: las
películas románticas. Pero aquel marzo de posguerra no abundaban las parejitas
por Selonsville. Todo el mundo parecía demasiado ocupado buscando trabajo o
cuidando de sus familiares.
Al pasar por
delante del Gran Café vio una escena parecida a la de las películas. Por lo
bien vestidos que iban y por el maquillaje de la novia, le pareció que se
trataba de una pareja de recién casados. Pronto descubrió, por lo que podía ver
desde la calle a través del cristal, que se había equivocado de pareja, puesto
que ambos salieron del bar con cara de pocos amigos. Michel decidió que sería
una buena idea tomarse la taza de chocolate caliente que la joven se había
dejado tras la discusión con su pareja.
Mientras se calentaba
las manos asiendo la taza de chocolate observaba detenidamente a la clientela,
buscando el ejemplo de amor romántico. Entonces fue cuando los vio. Aquello sí
que era una extraña pareja, la más desigual que jamás había visto en sus nueve
años de vida. Ambos debían de rondar los 30 años. La mujer era terriblemente
fea, tal vez por alguna enfermedad congénita o producto de algún accidente que
le había desfigurado la cara. Su rostro era casi grotesco. A Michel no le
costaba encontrar algo agradable en cada persona con la que se cruzaba, pero
reconoció que aquel caso era excepcional.
En contraste
con ella, el hombre que le hacía mimos y le susurraba al oído era notablemente
apuesto. Aunque desde su posición lo veía de espaldas, su atlética espalda y el
pelo ondulado y brillante le daban un porte casi principesco. Tras un brindis,
aquel dandy la besó sin importarle la dentadura amarillenta y torcida de ella.
Mientras
Michel hacía cábalas sobre la posible profesión del apuesto hombre, vio coómo
la pareja, tras pagar la cuenta, se disponía a marchar. Ella se levantó para
ponerse el abrigo, ayudada caballerosamente por su compañero. Luego tomó el
bolso y un bastón que entregó con delicadeza al dandy. Era un bastón blanco.
El apuesto
varón cruzó entonces el café rozando los objetos que encontraba en su camino
hacia la salida. Era ciego, como el amor verdadero. Su compañera le abrió la
puerta con gentileza y, antes de salir al frío de la calle, le dio un tierno
beso.
Michel supo
que acababa de encontrar lo que buscaba, porque no podía imaginar amor más
perfecto. Palpó las tijeras en su bolsillo y se decidió a seguirlos. Antes de
que pudiera llegar a ellos, el chef del Gran Café le detuvo:
-Ella ha encontrado a su príncipe azul- dijo al ver
que el niño no perdía de vista a la pareja- en este empleado de correos ciego y
él a su princesa de cuento de hadas.
- Eso es porque no puede verla- repuso Michel.
-Se nota que estás
pez en esto del amir. Recuerda lo que dijo el pobre Sint-Exupéry, el escritor
que se estrelló en su avioneta hace dos años: lo esencial es invisible a los
ojos. Todos somos príncipes y princesas hasta que nuestra pareja nos convierte
en ranas. Tenlo en cuenta cuando escojas a tu chica: de ti depende que se
sienta como una princesa o como una rana. El príncipe o la princesa azul vive
dentro de nosotros-concluyó el cocinero antes de liberar al chico-.Ese es el
secreto de la atracción: si no te amas porque crees que eres una rana, ninguna
princesa te amará. O dicho de otro modo, si no estás enamorado de la vida, la
vida no se enamorará de ti.
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