viernes, 6 de julio de 2012

Un corazón lleno de estrellas IV


En un par de ocasiones había visto en el cine del orfanato ese tipo de películas: las películas románticas. Pero aquel marzo de posguerra no abundaban las parejitas por Selonsville. Todo el mundo parecía demasiado ocupado buscando trabajo o cuidando de sus familiares.

Al pasar por delante del Gran Café vio una escena parecida a la de las películas. Por lo bien vestidos que iban y por el maquillaje de la novia, le pareció que se trataba de una pareja de recién casados. Pronto descubrió, por lo que podía ver desde la calle a través del cristal, que se había equivocado de pareja, puesto que ambos salieron del bar con cara de pocos amigos. Michel decidió que sería una buena idea tomarse la taza de chocolate caliente que la joven se había dejado tras la discusión con su pareja.

Mientras se calentaba las manos asiendo la taza de chocolate observaba detenidamente a la clientela, buscando el ejemplo de amor romántico. Entonces fue cuando los vio. Aquello sí que era una extraña pareja, la más desigual que jamás había visto en sus nueve años de vida. Ambos debían de rondar los 30 años. La mujer era terriblemente fea, tal vez por alguna enfermedad congénita o producto de algún accidente que le había desfigurado la cara. Su rostro era casi grotesco. A Michel no le costaba encontrar algo agradable en cada persona con la que se cruzaba, pero reconoció que aquel caso era excepcional.

En contraste con ella, el hombre que le hacía mimos y le susurraba al oído era notablemente apuesto. Aunque desde su posición lo veía de espaldas, su atlética espalda y el pelo ondulado y brillante le daban un porte casi principesco. Tras un brindis, aquel dandy la besó sin importarle la dentadura amarillenta y torcida de ella.

Mientras Michel hacía cábalas sobre la posible profesión del apuesto hombre, vio coómo la pareja, tras pagar la cuenta, se disponía a marchar. Ella se levantó para ponerse el abrigo, ayudada caballerosamente por su compañero. Luego tomó el bolso y un bastón que entregó con delicadeza al dandy. Era un bastón blanco.

El apuesto varón cruzó entonces el café rozando los objetos que encontraba en su camino hacia la salida. Era ciego, como el amor verdadero. Su compañera le abrió la puerta con gentileza y, antes de salir al frío de la calle, le dio un tierno beso.

Michel supo que acababa de encontrar lo que buscaba, porque no podía imaginar amor más perfecto. Palpó las tijeras en su bolsillo y se decidió a seguirlos. Antes de que pudiera llegar a ellos, el chef del Gran Café le detuvo:

-Ella ha encontrado a su príncipe azul- dijo al ver que el niño no perdía de vista a la pareja- en este empleado de correos ciego y él a su princesa de cuento de hadas.

- Eso es porque no puede verla- repuso Michel.


El cocinero soltó una breve carcajada y dijo:

-Se nota que estás pez en esto del amir. Recuerda lo que dijo el pobre Sint-Exupéry, el escritor que se estrelló en su avioneta hace dos años: lo esencial es invisible a los ojos. Todos somos príncipes y princesas hasta que nuestra pareja nos convierte en ranas. Tenlo en cuenta cuando escojas a tu chica: de ti depende que se sienta como una princesa o como una rana. El príncipe o la princesa azul vive dentro de nosotros-concluyó el cocinero antes de liberar al chico-.Ese es el secreto de la atracción: si no te amas porque crees que eres una rana, ninguna princesa te amará. O dicho de otro modo, si no estás enamorado de la vida, la vida no se enamorará de ti.

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