Michel no
podía prestar atención en clase. Sólo pensaba en qué tipo de amor sería el
siguiente. Se puso a mirar por la ventana y observó el domicilio de Antoine
Lagrande, un contable retirado que había enviudado veinte años antes. Desde
entonces estaba solo, pero no paraba ni un momento; cuando no estaba podando
los árboles del jardín, se le veía reparando una gotera o bien repintando la puerta
de entrada. Michel había oído decir que Lagrange fue un hombre profundamente
enamorado de su esposa. Quizá si iba a hablar con él, podría descubrir el
siguiente amor…
Sin más, se
presentó en su casa. El viejo contable le abrió la puerta impecablemente
vestido y, amablemente, le invitó a una taza de café. Michel admiró el esmero
con el que estaba cuidado cada detalle. Los cristales de las fotografías, la
mayoría de su difunta mujer, se veían relucientes, son una sola mota de polvo.
Cuando Antoine
llenó las tacitas, el chico no pudo evitar preguntar:
-¿Esperaba usted a alguien?
-Te esperaba a ti. ¡Celebro que hayas venido!
Observando la
casa del Monsieur Antoine, descubrió un precioso piano, con la tapa levantada,
como si hubiera estado tocando recientemente:
-¿Practica usted piano?- le preguntó Michel, por
hablar de algo.
-Lo toco sólo para limpiar las teclas. Soy negado para la
música, aunque me gusta mucho escucharla. Mi esposa, en cambio, se sabía con
los ojos cerrados todos los nocturnos de Chopin.
Michel dedujo
que aquel esmero obedecía al deseo de Antoine de que todo siguiera igual que
cuando su esposa vivía. Entendió también que la taza de la que estaba bebiendo
café estaba allí para ella. A su manera, Antoine había decidido vivir dos
vidas: la suya y la de su esposa muerta.
-¿Y a qué debo el placer de tu visita?
-Va a parecerle algo extraño- improvisó Michel-, pero me
han encargado buscar las nueve clases de amor y… he pensado que tal vez usted
pueda ayudarme.
El anfitrión
asintió en silencio y entornó los ojos, como si tratara de recuperar algún
recuerdo olvidado. Finalmente dijo:
-Lo romántico es el principio. Todos nos enamoramos
alguna vez. Algunos más veces, incluso. Ahora, pasar a la segunda fase requiere
cierto grado de maestría- añadió guiñando un ojo.
-¿Cuál es la segunda fase?
-El amor de larga duración. Es más valioso aún que el
romántico, porque ha pasado la prueba del tiempo. Yo soy un ejemplo de ello.
Hace veintiún años y tres meses que Camille no está con nosotros, pero sigo
haciendo las cosas como a ella le gustaba que fueran.
Mientras
Antoine le contaba todo esto, Michel aprovechó para cortarle un trozo desu
ropa.
-Me gusta mantener vivas las cosas que le daban vida-
prosiguió el anfitrión-. A fin de cuentas, somos las cosas que amamos. Morimos
el día que nadie piensa en nosotros.
Michel recordó
con una mezcla de felicidad y dolor la imagen de Eri en la cama. No había
dejado de pensar en ella una sola hora desde que había quedado atrapada en
aquel sueño eterno.
Antoine apuró
la taza de café mientras se levantaba para echar más leña al fuego. Luego
declaró:
-El amor verdadero es esto.
-¿Qué quiere decir?
-El amor es echar siempre un tronco al fuego. Sólo así se
mantiene encendida la llama. Suena obvio, pero demasiada gente lo olvida. Por
eso se llevan mal tantas parejas. Si quieres amar de verdad, recuerda esto,
chico: aunque estés cansado, tendrás que ir a buscar un leño para alimentar el
fuego. Si no lo haces, por la mañana solo encontrarás las cenizas de lo que
había sido tu amor.
Michel asintió
en silencio.
-Por cierto-añadió el contable-, si vienes el viernes,
te cortaré una rosa que está creciendo en el jardín. He sabido lo de esta niña…
-Eri…- suspiró el pequeño.
-Le llevarás la primera rosa del año. ¿Quién ha dicho que
los que duermen no pueden oler las rosas?
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