El jueves por la tarde Michel salió a la
caza de su quinta estrella. Evitó pasar frente a la casa de Antoine, ya que le
había engañado de mala manera para obtener el trozo de tela. Le había pedido
ver fotografías de su esposa y, mientras el contable subía a buscar el álbum,
había aprovechado para recortar los bajos de un jersey que estaba doblado sobre
una silla. Aquello había sido feo. Se sentía mal por haber hecho eso, más aún
cuando había prometido darle la primera rosa de aquel año para Eri. ¿Con qué
cara se presentaría al día siguiente a buscarla?
Mientras se internaba por las calles de
Selonsville decidió aparcar hasta el viernes ese mal trago. Esa tarde debía
encontrar otra clase de amor más allá del enamoramiento y de la pareja de larga
duración. Hundió las botas en el pastoso aguanieve de las aceras durante una
hora larga hasta que se dio cuenta que no hay amor más importante que el amor
por la propia vida.
Como ejemplo de amor a la vida. Michel valoró diferentes
ciudadanos de los que había oído hablar elogiosamente.
Estaba el médico más veterano del hospital donde languidecía
Eri. Se contaba de él que había salvado mas de 3000 vidas.
Otro candidato era la directora de la protectora animal.
Desde hace muchos años rescataba de una muerte segura a un centenar de perros y
gatos.
En tercer lugar estaba una mujer centenaria que había
plantado más de quince mil árboles a lo largo de su existencia.
Pero ninguno de estos tres fue elegido por Michel como amor
a la vida. Michel eligió al joven bombero cuya esposa se había fugado con un
taxista para posteriormente irse con un soldado americano.
Un año después de aquel escándalo un rayo alcanzó la casa
del taxista que vivía solo de nuevo. El bombero entró a salvar al taxista
poniendo en peligro su vida, salvó al mismo hombre que le había robado a su
mujer.
Se dice que cuando estaban los dos solos el taxista le
preguntó al que por qué lo había hecho. El bombero le respondió, “lo he hecho
por mí, no por ti”
Michel fue en busca del bombero a su cuartel de guardia y
con sigilo le arrancó un trozo de tela, pero de repente este lo cogió, lo paró
y le dijo “no me extraña nada que seas tú el monstruo de las tijeras, al
policía le encantará conocerte”. – “no lo hagas” dijo Michel. –“ Dame un motivo para no hacerlo le dijo este”.
–“ Dame un motivo por el que te jugaste
la vida” contraatacó Michel. -“No hay motivo” contestó el bombero.
El bombero soltó a su presa, Michel podía haber aprovechado
y escaparse pero le interesaba más la respuesta del bombero. –Verás-empezó- hubiera perdido a
mi mujer y al taxista, en la primera no
pude hacer nada pero la de él estaba en mi mano.
-
Entonces le perdonaste
El bombero suspiró antes de decir:
-
Perdonar es la única manera de permitir que los
demás puedan ser otra cosa, lo aprendí de mi padre. Si matas a un ladrón, lo
condenas a ser sólo eso para siempre. Volviendo al taxista, si no lo hubiera
salvado, ni mi hermana ni mi sobrina estarían con vida ahora. Todos necesitamos
a todos.
-
No entiendo- repuso Michel ¿qué tiene que ver tu hermana y tu sobrina
con esto?
-
Todo. Verás: seis meses después mi hermana se
puso de parto y su marido no estaba en la ciudad. Cuando consiguió bajar las
escaleras de su casa sangrando, pasaba un coche solitario por ahí que la llevó
al hospital
-
¡Tu amigo el taxista!- exclamó Michel.
-
En efecto. De no haber sobrevivido al incendio
mi hermana y mi sobrina hubieran muerto esa madrugada. Moraleja: no te lo
pienses dos veces cuando puedas salvar a alguien, porque quizás te estás
salvando a ti mismo.
“Mírate al espejo”,
había dicho Herminia cuando le había preguntado por la novena estrella. Michel
no tenía duda cual era esa clase de amor. El amor a uno mismo. Y no necesitaba
ir muy lejos para encontrarlo. Recordó la frase de Henry Ford: “Tanto si crees
que puedes conseguirlo como si crees que no puedes, tienes razón”. Michel
seguidamente se cortó una estrella de su jersey.
Mientras Michel corría en busca de Herminia recordó las
palabras del sacerdote de su orfanato: “El árbol solitario crece más fuerte, y
eso sirve para dar frutos más sabrosos que los demás, del mismo modo, si te
amas a ti mismo, que no sea para ponerte en un pedestal desde el que mirar el
mundo. Como el árbol solitario, has de valorarte, para luego entregar ese valor
a los demás. Solo tenemos aquello que podemos entregar”
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