sábado, 7 de julio de 2012

Un corazón lleno de estrellas VI


El jueves por la tarde Michel salió a la caza de su quinta estrella. Evitó pasar frente a la casa de Antoine, ya que le había engañado de mala manera para obtener el trozo de tela. Le había pedido ver fotografías de su esposa y, mientras el contable subía a buscar el álbum, había aprovechado para recortar los bajos de un jersey que estaba doblado sobre una silla. Aquello había sido feo. Se sentía mal por haber hecho eso, más aún cuando había prometido darle la primera rosa de aquel año para Eri. ¿Con qué cara se presentaría al día siguiente a buscarla?

Mientras se internaba por las calles de Selonsville decidió aparcar hasta el viernes ese mal trago. Esa tarde debía encontrar otra clase de amor más allá del enamoramiento y de la pareja de larga duración. Hundió las botas en el pastoso aguanieve de las aceras durante una hora larga hasta que se dio cuenta que no hay amor más importante que el amor por la propia vida.

Como ejemplo de amor a la vida. Michel valoró diferentes ciudadanos de los que había oído hablar elogiosamente.

Estaba el médico más veterano del hospital donde languidecía Eri. Se contaba de él que había salvado mas de 3000 vidas.

Otro candidato era la directora de la protectora animal. Desde hace muchos años rescataba de una muerte segura a un centenar de perros y gatos.

En tercer lugar estaba una mujer centenaria que había plantado más de quince mil árboles a lo largo de su existencia.

Pero ninguno de estos tres fue elegido por Michel como amor a la vida. Michel eligió al joven bombero cuya esposa se había fugado con un taxista para posteriormente irse con un soldado americano.

Un año después de aquel escándalo un rayo alcanzó la casa del taxista que vivía solo de nuevo. El bombero entró a salvar al taxista poniendo en peligro su vida, salvó al mismo hombre que le había robado a su mujer.

Se dice que cuando estaban los dos solos el taxista le preguntó al que por qué lo había hecho. El bombero le respondió, “lo he hecho por mí, no por ti”

Michel fue en busca del bombero a su cuartel de guardia y con sigilo le arrancó un trozo de tela, pero de repente este lo cogió, lo paró y le dijo “no me extraña nada que seas tú el monstruo de las tijeras, al policía le encantará conocerte”. – “no lo hagas” dijo Michel. –“  Dame un motivo para no hacerlo le dijo este”. –“  Dame un motivo por el que te jugaste la vida” contraatacó Michel. -“No hay motivo” contestó el bombero.

El bombero soltó a su presa, Michel podía haber aprovechado y escaparse pero le interesaba más la respuesta del  bombero. –Verás-empezó- hubiera perdido a mi  mujer y al taxista, en la primera no pude hacer nada pero la de él estaba en mi mano.

-          Entonces le perdonaste

El bombero suspiró antes de decir:

-          Perdonar es la única manera de permitir que los demás puedan ser otra cosa, lo aprendí de mi padre. Si matas a un ladrón, lo condenas a ser sólo eso para siempre. Volviendo al taxista, si no lo hubiera salvado, ni mi hermana ni mi sobrina estarían con vida ahora. Todos necesitamos a todos.

-          No entiendo- repuso Michel  ¿qué tiene que ver tu hermana y tu sobrina con esto?

-          Todo. Verás: seis meses después mi hermana se puso de parto y su marido no estaba en la ciudad. Cuando consiguió bajar las escaleras de su casa sangrando, pasaba un coche solitario por ahí que la llevó al hospital

-          ¡Tu amigo el taxista!- exclamó Michel.

-          En efecto. De no haber sobrevivido al incendio mi hermana y mi sobrina hubieran muerto esa madrugada. Moraleja: no te lo pienses dos veces cuando puedas salvar a alguien, porque quizás te estás salvando a ti mismo.

 “Mírate al espejo”, había dicho Herminia cuando le había preguntado por la novena estrella. Michel no tenía duda cual era esa clase de amor. El amor a uno mismo. Y no necesitaba ir muy lejos para encontrarlo. Recordó la frase de Henry Ford: “Tanto si crees que puedes conseguirlo como si crees que no puedes, tienes razón”. Michel seguidamente se cortó una estrella de su jersey.

Mientras Michel corría en busca de Herminia recordó las palabras del sacerdote de su orfanato: “El árbol solitario crece más fuerte, y eso sirve para dar frutos más sabrosos que los demás, del mismo modo, si te amas a ti mismo, que no sea para ponerte en un pedestal desde el que mirar el mundo. Como el árbol solitario, has de valorarte, para luego entregar ese valor a los demás. Solo tenemos aquello que podemos entregar”

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