La dieta de los libros
Michel se
detuvo bajo el soportal donde había encontrado a Herminia por primera vez.
-Aquí llega
el cazador de estrellas – dijo con voz alegre-. ¿Cuántas llevas ya?
-Ocho.
- ¡Bravo!
Estas dentro de los plazos previstos.
- Me temo
que no- repuso angustiado-, Eri esta al limite de sus fuerzas y me temo que
abandone antes de que pueda entregarle su corazón lleno de estrellas.
- ¡Animo!,
tan solo te queda 1 estrella, eso sí, recuerda que el corazón no funcionara si
no encuentras la estrella secreta.
- La décima,
lo se. ¿Pero hasta entonces, podrías ayudarme a encontrar las que me quedan?
Por más vueltas que le doy ya no encuentro más clases de amor.
- Te daré
una pista: es algo que permite que los muertos sigan hablando miles de años
después. ¿Lo captas? Suelen ser rectangulares y arden con el fuego.
-¡Libros!
–exclamó él. El amor a la cultura y el arte, ¡Como no me había dado cuenta
antes!
Si alguien
representaba mejor el amor a los libros y la cultura era la bibliotecaria
Madame Mercier, que no se cansaba de animar a los visitantes para que probaran
su dieta de un libro por semana.
Esperando
para poder hablar con la bibliotecaria, si sentó en la mesa donde reposaban
desordenado los periódicos locales de la semana anterior.
A medida que
iba leyendo sentía un sudor frio que le bajaba por la frente, no había sido
consciente de hasta qué punto eran conocidas sus fechorías:
“El fantasma
de las tijeras siembra el pánico en la ciudad”
“El alcalde
de Selonsville ofrece una recompensa de 300 Francos a quien aporte información
para detener al Tijeras”
“El tijeras
es un niño: primeras declaraciones de una victima”
Michel se
alejo a toda prisa de la mesa, no podía permitir que lo capturaran justo cuando iba a completar su misión. No había
tiempo que perder, en cuanto alguien lo reconociera le echarían el guante y
todo habría terminado.
-¿Has venido
a jugar a la biblioteca? !Largo de aquí niño!- Grito la bibliotecaria.
-No Madame
Mercier, vengo a empezar la dieta de los libros, yo también quiero leer un
libro por semana.
-Pstt! Estas
molestando a los lectores. Acompáñame al despacho, vamos a tener una
conversación privada tú y yo.
Si alguno de
ellos había visto a Michel con las manos en la masa, seria denunciado y
capturado en ese mismo momento. En cualquier caso, era demasiado tarde para
cambiar de idea.
-¿Se puede
saber a que viene tanto escándalo? Le pregunto la bibliotecaria.
-Quiero
leer, no puedo ser toda la vida un niño de orfanato. Por eso tengo prisa en
aprender y quiero empezar hoy mismo.
-Tranquilo
chiquillo. No se trata de leer mucho, sino de amar lo que lees, que viene a ser
lo mismo que amar a las personas.
A fin de
cuentas, los libros están escritos por seres humanos y la mayoría hablan de
otros seres humanos. Por tanto, leer es un acto de amor, y debemos acercarnos
también al arte, a la música, a todo lo bello que puede crear un ser humano que
ama la vida.
Era la
persona que buscaba, se dijo Michel mientras se preguntaba como lograría
arrancar una estrella de la bibliotecaria.
En ese
momento, la bibliotecaria se sacó del bolsillo un pañuelo para limpiarse las
gafas y Michel entendió que había llegado su oportunidad:
-No se
asuste, Madame, pero una araña está subiendo por su pañuelo.
La
bibliotecaria soltó el trozo de tela con un grito y salió disparada del
despacho.
VII. El secreto del amor a los libros
El sabio no se reconoce por todo lo que
sabe sino por todo lo que ama.
Simplemente GRACIAS, ha venido encantado como siempre.
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