El secreto último del amor
Con las nueve estrellas en el bolsillo partió en busca de
Herminia. Mientras corría hacia la anciana, el último retal cosechado le
recordó algo que le había dicho un sacerdote que acostumbraba a visitar el
orfanato. Era un anciano muy bondadoso que siempre tenía palabras de ánimo para
todos los internos.
El
religioso le había seguido hasta el patio donde en aquel momento se iniciaba un
partido de fútbol, y le había preguntado ¿por qué no juegas? La verdad es que
no me gusta correr detrás del balón, había respondido Michel, prefiero mirar
cómo juegan ellos. Y si el partido es malo, pienso en mis cosas. Entonces eres
un chico solitario. No siempre. Me gustan mis compañeros, repuso sin revelarle
que una de ellas le gustaba de manera especial, pero a veces necesito estar
solo.
Mientras
pensaba en eso, encontró a Herminia dormida y envuelta en su manta. Eran las
ocho, había pasado la hora de regresar al orfanato. Y era mejor así, porque
necesitaba llevar a Eri su corazón lleno de estrellas antes de que fuera demasiado
tarde. Este sentimiento de urgencia hizo despertar a la anciana de un suave
codazo.
-
Vienes a que componga tu corazón- dijo abriendo
los ojos con dificultad. Eso es algo que requiere mucha calma y atención, así
que échate a dormir mientras tomo hilo y aguja. Mañana cuando abras los ojos,
se habrán convertido en corazón.
Tal como le había prometido la anciana, Michel lo primero
que vio al abrir los ojos fue un corazón lleno de estrellas.
Era más grande de lo que había pensado. Relleno de algodón,
las estrellas encajaban a la perfección e incluso los colores parecían haber
sido elegidos ex profeso.
Antes de despedirse de la anciana y de besarla lleno de
agradecimiento, Michel le preguntó:
-Desde
el principio me has hablado de la décima estrella, que permite que las otras
nueve tengan fuerza. ¿Dónde la encontraré?
-En
ningún sitio, la llevas contigo.
-¿En mi
corazón?
-Frio,
frio… Debes poner corazón en todo lo que hagas, también en esto, pero la décima
estrella no se refiere exactamente a esto.
-Pero
has dicho que la llevo conmigo. Si no está en mi corazón, ¿Dónde esta?, ¿en la
cabeza?
- Tibio
tirando a caliente. Te digo lo mismo: al igual que el corazón, la cabeza
interviene, pero la décima estrella es otra cosa. Vete o llegarás tarde.
Tras correr durante todo el camino, Michel llegó y no había
médicos ni enfermeras. Nadie en la habitación. Encontró el cuerpo de Eri, y, a
su lado, un oscuro monitor donde mostraban sus constantes vitales cada vez más
débiles.
Esto no asustó tanto a Michel como descubrir que le habían
retirado el suero. Entendió que la estaban dejando morir.
Antes de que llegara el momento final, puso sobre el pecho
de su amiga el corazón lleno de estrellas. Sin embargo, nada cambió… Todo indicaba
que el momento del adiós era inminente.
Mientras agarraba la mano sin vida de la niña, de repente
recordó el misterio de la décima estrella. La mano de Michel se posó sobre sus
propios labios. Fue entonces cuando, de repente comprendió que tenía que decir
algo. Las nueve clases de amor necesitaban algo más.
Acercó su boca a la oreja pequeña y fría de su amiga y le
susurro:
-Te
quiero, Eri.
Eri empezó a abrir poco a poco los ojos. Michel, comprendió
el secreto de la última estrella, el secreto último del amor.
No bastaba con amar, también había que decirlo.
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