jueves, 12 de julio de 2012

Un corazón lleno de estrellas X


El secreto último del amor

Con las nueve estrellas en el bolsillo partió en busca de Herminia. Mientras corría hacia la anciana, el último retal cosechado le recordó algo que le había dicho un sacerdote que acostumbraba a visitar el orfanato. Era un anciano muy bondadoso que siempre tenía palabras de ánimo para todos los internos.

                El religioso le había seguido hasta el patio donde en aquel momento se iniciaba un partido de fútbol, y le había preguntado ¿por qué no juegas? La verdad es que no me gusta correr detrás del balón, había respondido Michel, prefiero mirar cómo juegan ellos. Y si el partido es malo, pienso en mis cosas. Entonces eres un chico solitario. No siempre. Me gustan mis compañeros, repuso sin revelarle que una de ellas le gustaba de manera especial, pero a veces necesito estar solo.

                Mientras pensaba en eso, encontró a Herminia dormida y envuelta en su manta. Eran las ocho, había pasado la hora de regresar al orfanato. Y era mejor así, porque necesitaba llevar a Eri su corazón lleno de estrellas antes de que fuera demasiado tarde. Este sentimiento de urgencia hizo despertar a la anciana de un suave codazo.

-          Vienes a que componga tu corazón- dijo abriendo los ojos con dificultad. Eso es algo que requiere mucha calma y atención, así que échate a dormir mientras tomo hilo y aguja. Mañana cuando abras los ojos, se habrán convertido en corazón.

Tal como le había prometido la anciana, Michel lo primero que vio al abrir los ojos fue un corazón lleno de estrellas.

Era más grande de lo que había pensado. Relleno de algodón, las estrellas encajaban a la perfección e incluso los colores parecían haber sido elegidos ex profeso.

Antes de despedirse de la anciana y de besarla lleno de agradecimiento, Michel le preguntó:

                -Desde el principio me has hablado de la décima estrella, que permite que las otras nueve tengan fuerza. ¿Dónde la encontraré?

                -En ningún sitio, la llevas contigo.

                -¿En mi corazón?

                -Frio, frio… Debes poner corazón en todo lo que hagas, también en esto, pero la décima estrella no se refiere exactamente a esto.

                -Pero has dicho que la llevo conmigo. Si no está en mi corazón, ¿Dónde esta?, ¿en la cabeza?

                - Tibio tirando a caliente. Te digo lo mismo: al igual que el corazón, la cabeza interviene, pero la décima estrella es otra cosa. Vete o llegarás tarde.

Tras correr durante todo el camino, Michel llegó y no había médicos ni enfermeras. Nadie en la habitación. Encontró el cuerpo de Eri, y, a su lado, un oscuro monitor donde mostraban sus constantes vitales cada vez más débiles.

Esto no asustó tanto a Michel como descubrir que le habían retirado el suero. Entendió que la estaban dejando morir.

Antes de que llegara el momento final, puso sobre el pecho de su amiga el corazón lleno de estrellas. Sin embargo, nada cambió… Todo indicaba que el momento del adiós era inminente.

Mientras agarraba la mano sin vida de la niña, de repente recordó el misterio de la décima estrella. La mano de Michel se posó sobre sus propios labios. Fue entonces cuando, de repente comprendió que tenía que decir algo. Las nueve clases de amor necesitaban algo más.

Acercó su boca a la oreja pequeña y fría de su amiga y le susurro:

                -Te quiero, Eri.

Eri empezó a abrir poco a poco los ojos. Michel, comprendió el secreto de la última estrella, el secreto último del amor.

No bastaba con amar, también había que decirlo.


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