domingo, 8 de julio de 2012

UN CORAZÓN LLENO DE ESTRELLAS VII


EL PEQUEÑO MAESTRO



Michel salió a dar un paseo y en una calle alejada del centro se encontró una mujer que empujaba con energía una silla de ruedas con un niño con parálisis cerebral.

La mujer, que tenía una gran sonrisa en la cara, se paró ante Michel y le dijo a su hijo:

-          ¿No le dices buenas tardes a este chico? Dile hola, soy Paul y estoy muy contento de conocerte.

-          Lo mismo digo Paul – respondió Michel siguiendo el juego a la madre-. Encantado

-          Y yo soy Pauline, su madre

El buscador de estrellas sabía que había dado con un nuevo amor, el amor incondicional a los hijos.

-          ¿Cómo es que le ha puesto su mismo nombre? Pauline y Paul- preguntó Michel

-          -Si ya lo se… - volvió a sonreír -. Suena un poco raro. Al ponerle mi nombre quería demostrarme a mi misma y a los demás que somos iguales. Sabía que eso me ayudaría a tratarlo con naturalidad en lugar de con compasión.

Por un instante, el chico de la silla de ruedas pareció regalarles una sonrisa. Michel entonces decidió soltar sin más:

-          Ningún pájaro canta mal. Cada uno es una nota diferente en la gran sinfonía de la creación. Todos somos necesarios, ¿verdad Paul?

El chico levantó dos dedos con gran esfuerzo a modo de respuesta.

Michel sintió una gran simpatía y le preguntó a la mujer:

-          ¿Cuál es para usted el secreto del amor a los hijos? ¿Por qué hay padres que abandonan a los suyos?

-          Porque el amor a veces da miedo- dijo Pauline-. Lo que una madre puede sentir por su hijo es tan poderoso que la vuelve capaz de levantar un coche con sus propias manos si se encuentra en peligro. Un día lo sabrás: los hijos son maestros espirituales que te periten crecer más allá de ti mismo. ¿Verdad Paul? Aquí donde lo ves, me ha enseñado que la felicidad es tan sencilla como el rayo de sol que nos ilumina ahora mismo.

Efectivamente, el cielo se había despejado y una fina cortina de luz los bañaba a los tres en aquel momento.

-          Me ha encantado conocerte Paul- le dijo Michel cogiéndole la mano

Y entonces ocurrió algo maravilloso: su mano se abrió liberando un trozo de tela floreada que le había arrancado esa misma mañana a su madre. -¿Puedo quedármelo? Me gustaría tener un recuerdo de Paul- preguntó Michel

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