Tras cumplir un día de castigo, una tarde de martes Michel
salió del orfanato con unas tijeras en el bolsillo.
El invierno se resistía a partir, pero el pequeño casi había
dejado de sentir el frío. Ahora tenía una misión. Por extravagante que pareciera
el remedio del curandero, estaba dispuesto a cumplirlo y entregar a Herminia
las nueve estrellas para que el corazón de su amiga volviera a despertar.
Le
quedaban nueve días para encontrar las nueve clases de amor. Entonces le
faltaría aún una estrella, el secreto último del corazón, pero ya se ocuparía
de ello en su momento. Antes le esperaba una ardua y peligrosa tarea.
Dedicó
las cuatro horas que podía salir del orfanato a recorrer las calles en busca
del primer amor que se le había ocurrido: el amor a la naturaleza.
Torturado por pensamientos negativos y mientras arrancaba
hierbajos al lado de la valla, vio pasar a una mujer de la cual tiraban seis
perros. Los animales parecían ganar la batalla a su sufrida paseadora.
Al percatarse de la mirada de Michel, se detuvo y con voz
aflautada le dijo:
-¿Me
echas una mano? Desde que ha amanecido estos “chicos” tienen demasiado brío.
-Estaría
encantado de ayudarte pero no me dejan salir de aquí, pues todavía no es la
hora.
-Bueno,
entonces ayúdame a atarlos. Necesito un descanso.
Michel los ató uno a uno hasta que toda la familia canina
quedó a buen recaudo.Aliviada, la dama se apoyó en los barrotes.
-¿Por
qué lleva seis perros?
-Estaban
abandonados, los pobrecitos. Los fueron trayendo a mi casa donde entreno perros
para ciegos.
-Entonces,
lo hace usted por amor a los ciegos.
-Bueno,
también podría decirse que lo hago por amor a los perros. Necesitan pertenecer
a alguien, como las personas.
Michel pensó que eso era interesante y que ahí podría
encontrar el X tipo de amor.
-¿y
usted qué saca de todo esto?
-Yo les
enseño a conducir a un ciego, y ellos me enseñan a mi a conducirme por la vida.
Los perros me han enseñado a vivir el presente, a estar alegre sin motivo y a
no perder las ganas de jugar. Antes, yo era una persona que nunca mostraba mis
sentimientos. Gracias a los perros de la calle ahora sé dar afecto
incondicionalmente, no me separo de las personas que quiero. También sé
defender lo que amo.
El discurso se interrumpió cuando la instructora se detuvo a
desenredar unas correas que se habían enganchado; Michel, aprovechó para dar un
tijeretazo a la blusa de la dama.
V. El secreto del amor a los animales.
“los animales nos enseñan a ser humanos”
Carta desde Indochina.
Hasta entonces, Michel sólo había encontrado retales para
tejer corazones relacionados con personas o animales. Pero ¿y los árboles que
nos dan oxígeno? Por no hablar del agua que nos refresca o el suelo que nos
sustenta.
Tenia que buscar un ejemplo de amor a la naturaleza, y el
lugar adecuado era el bosque, que los sábados era frecuentado por caminantes y
excursionistas.
Michel procuró no alejarse de los senderos, ya que a fin de
cuentas necesitaba un ejemplo humano de amor a la naturaleza.
La luz del día empezaba a declinar cuando divisó la figura
de un hombre mayor. Pese a la edad el paseante se mantenía en buena forma y el
chico tuvo que dar varias zancadas para darle alcance.
-¿Te
has perdido?- preguntó a su perseguidor con un fuerte acento alemán.
Michel supo que aquel hombre le resultaba familiar. Tal vez
lo hubiera visto en el periódico o en alguna revista.
-¿Es
usted famoso?
-Bueno,
soy escritor, y he recibido algunos miles de cartas de chicos como tú que me
hacen esa pregunta. Me presento. Hermann Hesse. Caminé por estos senderos en mi
juventud y he tenido que esperar a que termine esta estúpida guerra para poder
volver. Y tú. ¿Qué haces aquí?
Por primera vez Michel decidió explicar su propósito. A
continuación, el escritor se apoyó contra un tronco y cruzó los brazos para decirle:
-No es
ninguna tontería, sobre todo porque es por amor a una chica. Pero debes saber
que el amor no existe para hacernos felices, sino para mostrarnos cuánto
podemos resistir. Yo mismo cortaré una estrella de mi camisa para ti, pero
antes quiero que conozcas la carta que me ha mandado un joven monje de
Indochina porque te hará entender lo que significa el amor a la naturaleza.
-Léela
tu mismo- dijo tendiéndole la hoja de papel.
Si eres poeta, verás con claridad que hay una nube flotando
en esta hoja de papel. Sin una nube, no hay lluvia; sin lluvia, los árboles no
pueden crecer, y sin árboles, no se puede hacer papel.
Si miramos aún más profundamente esta hoja de papel, podemos
ver en ella el brillo del sol. Si la luz del sol no está ahí, el bosque no
puede crecer. En realidad nada podría crecer. Y si seguimos mirando, podemos
ver al leñador que cortó el árbol y lo llevó al molino para ser transformado en
papel. Y vemos el trigo. Sabemos que el leñador no puede existir sin su pan de
todos los días y, por tanto, el trigo que se convirtió en su pan también está
en esta hoja de papel. Y la madre y el padre del leñador también están ahí. No
hay nada que no puedas incñuir: tu, yo, el tiempo, el espacio, la lluvia, la
tierra, los minerales…
Todo coexiste en esta hoja de papel; no estamos aislados.
Este papel tan finito, contiene todo el universo.
VI. El secreto del amor a la naturaleza
“El universo entero está presente en esta hoja de papel”